DEL MODELO “MUEBLE” AL MODELO “ALTAR”

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En el siglo XXI se ha cambiado la crianza de los hijos. Si antes a los niños se les dejaba más a su aire, con cierta independencia, se les hacía, más bien, poco caso y, cuando se ponían pesados, se optaba por ignorarlos, “como si fueran muebles”, hoy la crianza opta por la veneración, colocándolos en un altar. Así, en dos o tres generaciones hemos pasado, en la educación de los hijos, del modelo “mueble” al modelo “altar”.

La hiperpaternidad, los hipo-hijos y los super-niños

En muchas familias encontramos con la hiperpaternidad, que es el término utilizado en EE.UU., y ahora extendido por todo el mundo, para definir “una crianza obsesiva de los hijos, basada en la sobreprotección y supervisión de los hijos y en la saturación de sus vidas con múltiples actividades” y, producto de ello, con los “hipo-hijos y los “super-niños”.

De esta manera aparecen varios tipos de padres. Los padres helicóptero –que sobrevuelan constantemente sobre la vida del hijo, pendientes de sus menores deseos y necesidades–, los padres apisonadora –que allanan su camino para que sus hijos no encuentren dificultades– o los padres guardaespaldas– susceptibles ante cualquier crítica a sus hijos o si se les toca, aunque sea levemente.

Por otra parte los niños, mientras son niños, son como los cisnes: perfectos, preciosos y con vidas glamorosas, pero solo en apariencia. Son muy narcisos –el yo, yo, yo… egocéntrico de Jean Piaget…– y al mismo tiempo muy inseguros. Necesitan un adulto que les solucione todas las cosas. Por eso se les llama «hipo-hijos». Les falta autonomía y les da miedo equivocarse y no ser perfectos (Millet, 2018). Pero al mismo tiempo hay tantas expectativas puestas en ellos, se ha invertido tanto en su breve vida y se les ha dicho tantas veces que son los «reyes de la casa» –son los hiper-niños–, que no se les permite fallar ni equivocarse y, en consecuencia, tienen baja tolerancia a la frustración.

Estos padres ignoran que el error es una excelente fuente de aprendizaje, siempre que cumpla una condición: solo se aprende de la experiencia y de los errores cuando son reflexionados, analizados y aceptados como tales, para no volver a incurrir en ellos. Y todo vivido sin angustia ni frustración, sino como algo necesario y conveniente en la vida de las personas. Solo entonces los errores se convierten en profesores excelentes del que los cometió.

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Publicado por Dr. Marino Latorre Ariño

Licenciado en Ciencias con especialidad en Químicas por la Universidad de Valencia. Magister en Psicopedagogía y Doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad Marcelino Champagnat de Lima. Vicerrector de la Universidad Marcelino Champagnat.

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