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Aristóteles (siglo IV a. C.) decía: “Todos los hombres, por naturaleza, desean saber”. El ser humano es un buscador de conocimiento y de sentido y ante la pregunta por el sentido total de la vida, el hombre puede quedar azorado y como descentrado, pero no puede escabullirse del intento de buscar una respuesta.
Hay únicamente tres posibles caminos o salidas:
- contestar “no lo sé” e intentar ir viviendo como pueda en su ignorancia confesada, (agnosticismo);
- o afirmar que en el fondo nada tiene sentido ni valor, que todo es puro azar y, en definitiva, un absurdo, (nihilismo-ateísmo);
- o afirmar que todo ha de tener un sentido último, un fundamento y una razón de ser; que ha de haber un principio de explicación última o primera de todo –depende desde dónde se mire–, un principio que lo explica todo sin que él se haya de explicar por nada, que a la vez es la necesidad y la gratuidad primeras, la gracia inicial, el dato fundamental y único del que todo se deriva (teísmo).
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